Los límites del milagro

Capítulo 7 del ensayo: “La invención de México”, del libro Subversiones Silenciosas, publicado en 1993 por la Editorial Aguilar.

 

7. LOS LIMITES DEL MILAGRO
Una vez más el país de los hechos contravino al país de las palabras. La doble evidencia del peso estadunidense y del voto de parte de la nación por integrarse, más que por separarse, de las oportunidades y la influencia del vecino, no condujo a actualizar el discurso, sino a ratificarlo bajo la forma de un nacionalismo defensivo, orgulloso, aunque impotente frente a la «penetración» norteamericana.

La contradicción era obvia, pero México había encontrado internamente, en esos años, una forma de organización nacional capaz de incluir, y diluir, esa y muchas otras contradicciones. El establecimiento postrevolucionario había logrado ser, al mismo tiempo, autoritario e incluyente en política, estatizante y promotor del libre mercado en lo económico (la famosa «economía mixta»), popular y plutocrático en lo social. Sus instituciones habían logrado conciliar leyes y aspiraciones democráticas, dignas de su pasado liberal, y usos y costumbres corporativos, deudores de sus tradiciones coloniales. Su intervencionismo estatal no había suprimido el mercado y su abrumador partido de Estado no había renunciado a las elecciones, ni desaparecido a la oposición, ni entronizado una dictadura ideológica o policiaca. Sus arcaísmos políticos estaban puestos, explícitamente, al servicio de la modernización, y sus políticas sociales buscaban tener un impacto en la productividad. La conciencia de sus peculiaridades revolucionarias, lo acercaba a las corrientes internacionales del socialismo, pero su sentido práctico y la realidad geográfica lo mantuvieron en la órbita de la influencia estadunidense, de quien fue, por lo mismo, aliado abierto y socio beneficiado en la Segunda Guerra Mundial.

La postguerra vio cuajar poco a poco, fruto de aquella suma de corrientes encontradas, el más largo periodo de prosperidad económica y estabilidad política que haya conocido la nación mexicana: las décadas de lo que algunos expertos llamaron después el «milagro mexicano» (1940-1980), cuyos logros pueden resumirse gruesamente en la combinación envidiable de bajo conflicto político y alto crecimiento económico —promedio de 6% anual.

En las cuatro décadas del «milagro», la población de México se triplicó, el país se volvió urbano e industrial, se integró física y mentalmente como nunca antes, se educó, dio a luz una sociedad moderna, desigual y refinada a la vez, astrosa y cosmopolita, más integrada que nunca a las solicitaciones de la aldea global y más conectada que nunca con sus propias peculiaridades regionales. El crecimiento espectacular de la escuela pública acabó de castellanizar a la población y estandarizó la conciencia histórica y cultural del país. Los medios masivos unificaron consumos modas y símbolos. El crecimiento económico generalizó mercados de productos y empleos, al tiempo que la centralización autoritaria igualaba prácticas y valores de la cultura política, el lenguaje público y la cultura cívica.

Las condiciones internacionales fueron propicias a aquel modelo de desarrollo hacia adentro, con una economía protegida de la competencia externa y un sistema político capaz de absorber, por vías corporativas, su competencia interna. Fue un exitoso modelo de crecimiento y estabilidad regulado estatalmente, cuyo timbre de orgullo nacionalista fue un cierto sentido de insularidad y autosuficiencia: orgullo parroquial de lo propio y desdén condescendiente del mundo exterior.
La década de los ochenta presenció la quiebra dramática del «milagro mexicano». La revolución tecnológica y productiva que redefinió las prioridades y cambió los instrumentos de la economía mundial, a partir de los años setenta, hizo inviables poco a poco las economías estatalmente planificadas e hirió de muerte, silenciosamente, los desarrollos nacionales orientados hacia adentro. El mundo vivió una fuerte oleada de liberalización y desregulación de las economías, premió los desarrollos orientados hacia la competencia externa y, finalmente, asistió al fin de la Guerra Fría por la rendición del bloque socialista, en un cuadro de improductividad y crisis política, ante las evidentes superioridades globales de sus adversarios.

En el oleaje de tan vasta recomposición mundial, y a la vista de la quiebra de su modelo de desarrollo, México inició a principios de los ochenta -como los liberales después de la Independencia, los porfirianos después de la Reforma y los revolucionarios después de la Revolución- la búsqueda de un nuevo espacio propicio en el mercado mundial y en el equilibrio político resultante de un fin de época, el fin de la Guerra Fría.

En busca de ese lugar en las nuevas condiciones, México emprendió, desde los ochentas, lo que bien cabría llamar un adiós a la Revolución Mexicana el intento de modernizar la estructura institucional creada durante los últimos sesenta años. Las raíces liberales del pasado parecieron volver por sus fueros, bajo la forma de una ofensiva cautelosa, pero frontal, contra las herencias corporativas postrevolucionarias. Desde principios de los ochentas, los gobiernos mexicanos dedicaron sus esfuerzos a crear una economía abierta, después de varias décadas de conducir, exitosamente, una economía protegida. El Estado fue sometido a revisión en sus finanzas, propiedades, subsidios y prioridades políticas. Los compromisos de reforma agraria, heredados de la era de Cárdenas a través del ejido y el reparto de parcelas, fueron replanteados en una perspectiva de nueva desamortización de la tierra. Las relaciones del Estado y la Iglesia fueron normalizadas a extremos que habrían horrorizado al jacobinismo norteño de la Revolución, tanto como a las certidumbres anticlericales de la reforma liberal. El sistema educativo, fuertemente centralizado, inició un proceso de descentralización, y el gobierno mexicano buscó reconocer y aprovechar, antes que obliterar y temer, la integración de México a Norteamérica, antigua fuente de amenaza o despojo y, a principios de los noventas, horizonte de oportunidades y mejoría.

(continuará)

 

La invención de México mezcla una conferencia sobre la identidad nacional, pronunciada en la ciudad de Zacatecas, en el verano de 1979, y la ponencia “North American integration and the Mexican National Idenetity”, leída en el ciclo Crossing National Frontiers: Invasion or involvement?, celebrado en la Universidad de Columbia, Nueva York, en diciembre de 1991. Es el primer ensayo del Capítulo I, SEÑAS DE IDENTIDAD, del libro Subversiones Silenciosas, publicado en 1993 por la Editorial Aguilar.

Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, 2025

Escribe tu correo para recibir el boletín con nuestras publicaciones destacadas.


Publicado en: Mientras pasa la historia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *