La erosión corporativa

El canto del futuro. Un nuevo adiós a la Revolución Mexicana. Es el cuarto capítulo del libro Subversiones silenciosas publicado por Editorial Aguilar en 1993.

II. LA EROSIÓN CORPORATIVA
Tocará su fin el vasto y funcional pacto corporativo, autoritario, que echó los cimientos de la estabilidad política del país posrevolucionario. Cincuenta años después de aquel pacto, contados a partir del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), que lo cuajó en esencia, la saga del capitalismo posrevolucionario urbanizó a un país rural, cumplió el anhelo decimonónico de crear una clase media, rompió su aislamiento provinciano y creo una sociedad extraordinariamente diversa, social y regionalmente, demasiado compleja para seguir regida por la lógica corporativa.
En las entrañas del fin de siglo mexicano luchan sin definición las fuerzas históricas surgidas de la modernización con las realidades institucionales subsistentes de aquel pacto. Es la lucha de lo que Sergio Sermeño ha llamado la lógica liberal democrática, de aire individual y ciudadano, con la lógica nacionalpopular, de inspiración colectiva, corporativa. En los bandos de ambas vertientes, como en un gran baile promiscuo, se confunden diversas parejas antagónicas, que cambian de bando según la tonada del momento, pero mantienen la identidad profunda en sus estilos, a menudo inacoplables. No hay, por desgracia, una síntesis feliz de esas dos lógicas nacionales, que oponen la democracia al autoritarismo, la liberalización comercial al proteccionismo, los derechos de los ciudadanos a los fueros de las corporaciones, la productividad al empleo, la cultura electoral de votos libres a la cultura clientelar de votos asignados, la integración económica con el exterior al aislacionismo productivo, el agribusiness al ejido, el Estado flaco al Estado redistributivo, el mercado y los precios reales a la economía de subsidios, la división de poderes al presidencialismo, la modernización a los derechos creados. En suma, luchan y se mezclan conflictivamente las corrientes nativas del neoliberalismo y su gran tradición preporfiriana, con las costras vivas de la herida nacional por donde manó y se hizo mundo el proyecto llamado Revolución Mexicana. Vivimos la pugna de los intereses de la sociedad y su libre iniciativa política y económica, con los intereses sedimentados del pacto en cuyas vías corrió la modernización social y económica que hoy pretende darlo de lado. Uno a uno, los eslabones del pacto en cuestión parecen sometidos a intensas transformaciones, resistencias y desacomodos, al grado de que pudiera hablarse, al final de recorrido, de la necesidad de un nuevo pacto político nacional, capaz de atrapar y refundar las muchas cosas que se derraman por los bordes del antiguo.

Empresarios independientes, obreros tradicionalistas
La primera y más visible de las rupturas en el tejido corporativo mexicano es la litigiosa amistad que garantizó unidad de miras y propósitos entre la cúpula política poscardenista y la cúpula empresarial: las bodas del capital y la política. La nacionalización de la banca de septiembre de 1982 desató los vínculos de esa alianza, instaló la desconfianza y la urgencia empresarial de una vía política propia, independiente. (12)
Así, junto a la elección y el auge del Partido de Acción Nacional como cauce de oposición institucional, los años ochenta vieron aparecer como candidatos independientes a empresarios conocidos: Fernando Canales Clariond, derrotado aspirante panista a la gubernatura de Nuevo León en las elecciones de 1985 fue el primer fruto de ese nuevo árbol de la política mexicana. Una verdadera novedad de fin de milenio: empresarios que abandonaron la vieja negociación puertas adentro, que solía producir candidatos priistas proempresariales, y trataron de asumir el poder directo, personal e independientemente.
En el segundo polo clave del pacto corporativo, la clase obrera, el tejido exhibe también las huellas del tiempo. Los ochentas se llevaron, con la caída de salarios, el eje del acuerdo institucional del movimiento obrero. Hasta mayo de 1984, el salario mínimo había caído en un 32 por ciento respecto de enero de 1980, mientras que el deterioro del salario industrial medio, en el mismo periodo, había sido del 25.9 por ciento. (13) Sacudido el precario equilibrio histórico de los salarios, los cimientos mismos de la organización obrera corporativa tendieron a estremecerse. Capacidades de negociación, fidelidad institucional, alergia al conflicto y expectativas políticas, todo se cimbró en un solo movimiento de dirigencias desconcertadas y bases empobrecidas por la crisis.
En 1983, la disputa por salarios provocó el estallido del mayor número de huelgas simultáneas de la historia de México (más de tres mil, cantidad superior a todas las habidas en el sexenio anterior). En medio de la tormenta huelguística, el 9 de junio de 1983, en Guadalajara, el presidente De la Madrid dio airada respuesta a la proposición hecha días antes por Fidel Velázquez de congelar precios y salarios: «No podemos abatir la inflación como por arte de magia», dijo el presidente. «No podemos racionalmente aspirar a congelar precios y salarios, sería engañarnos a nosotros mismos y la mentira ya no puede ser instrumento de lucha política, la dejamos a minorías de demagogos e irresponsables […]. No me dejaré presionar por viejos estilos de negociación o de pretensión de poder.» (14)
Maniatados por su viejo estilo de comportamiento, que es sostener la llamada «alianza histórica» con el «Estado de la Revolución», los dirigentes obreros arriaron parcialmente sus banderas políticas, pero desplegaron luego banderas programáticas que desafiaban con claridad el rumbo elegido por el gobierno lamadridiano, hasta configurarse como un polo articulado de disidencia en el que sobreviven conceptos e inspiraciones fundamentales del maltrecho establecimiento ideológico conocido como Revolución Mexicana. Ese mismo año, el Congreso del Trabajo se auto postuló defensor del legado diciendo: «La clase trabajadora, hoy más unida que nunca, cree firmemente en la Revolución Mexicana. Si por incapacidad, infidelidad, incumplimiento o deshonestidad, la Revolución ha sufrido desviaciones, ello ha ocurrido en contra de los principios, programas y objetivos de la revolución.» (15)

(continuará)

12. Uno de los empresarios emergentes, comerciante del noroeste, en su momento director de la Confederación dc Cámaras Nacionales de Comercio (CONCANACO), ilustró con la anécdota de un cornudo el sentido de las relaciones entre la empresa privada y los últimos gobiernos de Luis Echeverría Álvarez (1970 1976) y José López Portillo (1976-1982). Había un señor en su pueblo, escribió Emilio Goicochea en un artículo del diario Excélsior, que tomó por esposa a una mujer de las mejores familias del lugar. Era mujer decente, acomodada, respetuosa de su nombre y su fama. Pero no hizo más que casarse y empezó su mujer a enseñar el cobre incurriendo en toda clase de liviandades e infidencias. El buen marido se divorció y, una vez penado el desengaño, tomó nueva pareja. La fue a buscar al convento, santiguada y envuelta en olor dc santidad, y casó con ella. Fue un matrimonio ejemplar hasta el sexto año, en que nuevamente la cabra tiró al monte.

13. Véase El Cotidiano, México, UAM, Número 1, julio-septiembre, 1984.

14. Citado por Raúl Trejo Delarbre: «El poder de los obreros», en México ante la crisis, II. México, Siglo XXI Editores, 1985; p. 328.

15. Citado en Carlos Pereyra: «Efectos políticos de la crisis», en México ante la crisis. México, Siglo XXI Editores, 1985, Vol. II, p. 21 0.

Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, Penguin Random House, 2025

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Publicado en: Mientras pasa la historia

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