El país de las antenas

El canto del futuro. Un nuevo adiós a la Revolución Mexicana. Es el cuarto capítulo del libro Subversiones silenciosas publicado por Editorial Aguilar en 1993


El país de las antenas
Ningún elemento de comunicación —el ferrocarril o el telégrafo en los tiempos porfirianos, las carreteras o los teléfonos a partir de los años cuarenta—ha tenido un efecto tan integrador de la conciencia nacional como el surgimiento de la televisión en los cincuenta. Casi tres décadas después de esa aparición, en 1982, por primera vez en su accidentada historia centralista, México tuvo un instrumento de comunicación efectivamente nacional, o lo más nacional alcanzado hasta ese momento: la puesta en marcha de la Red Nacional de Estaciones Terrenas que garantizó la transmisión de la señal del canal 2 de la empresa Televisa a toda la República, para 20 millones de televidentes. Apenas puede exagerarse el impacto de esa consolidación vertiginosa desde que, el 31 de agosto de 1950, fue emitida la primera señal televisada en el Jockey Club del Hipódromo de las Américas.

En el año de 1971, el presidente norteamericano Lyndon Johnson grababa para la televisión sus memorias y John Sharnik, el productor de la cadena CBS, le preguntó, mientras lo maquillaban, cuál era a su juicio el mayor cambio sufrido por la política norteamericana en los últimos treinta años. «Ustedes», respondió Johnson con vehemencia. «Ustedes, los de los medios masivos. Todo en la política norteamericana ha cambiado debido a ustedes. Ustedes han roto los vínculos y los mecanismos que había entre los políticos y sus electores. Han hecho un nuevo tipo de gente, un nuevo tipo de pueblo.» (4)

Análogamente, podría decirse que la televisión y sus realidades han sido el mayor cambio cultural de la sociedad mexicana en los últimos treinta años. La televisión ha erigido y generalizado su propio ámbito de realidad y valores; ha roto y replanteado los mecanismos y vínculos de la sociedad con el pasado, y ha hecho aparecer un primer tipo de cultura nacional verdaderamente masiva, un nuevo tipo de mentalidad y de credibilidad, una geografía mental que es pareja insustituible de la modernización del país.

La televisión mexicana fue, por lo menos en cinco sentidos, el instrumento de la modernización de la vida mexicana.
En primer lugar, según se ha apuntado arriba, en tanto integradora de las comunicaciones del país, como unificadora de la experiencia nacional y de su conexión con el resto del mundo, mediante la homogeneización de los mensajes.

En segundo lugar, en tanto termómetro que define los criterios de lo anacrónico y lo moderno. Es el escenario donde se verifica la ruptura cultural más drástica con la sociedad tradicional al extremo de que los contenidos rurales y regionales de esa sociedad no existen en el mundo televisivo, salvo como espectáculo folclórico.

En tercer lugar, la televisión es la franja de conformación del criterio familiar y social de moral colectiva. Se da ahí una curiosa simbiosis que va destruyendo paulatinamente la moral tradicional, sin entrar en conflictos frontales con ella. (Revísense, para el caso, los contenidos morales y argumentales del género familiar por excelencia, la telenovela, y su silenciosa pero drástica ruptura con los temas de la moral tradicional en las últimas décadas.)

En cuarto lugar, la televisión privada mexicana ha empezado a constituirse en una nueva vanguardia empresarial, un foco de transnacionalización exitosa y de irradiación comercial a través de la publicidad.

En quinto lugar, acaso lo más decisivo, la televisión mexicana ha sido portadora de un conjunto de valores y hábitos de conducta cuya intención final sería, según Carlos Monsiváis, promover algo así como una eficacia dócil, una eficacia pasiva que modernice sin romper, cambie sin agitar, triunfe sin rebelarse ni rasgar lo establecido. (5)

¿Cuál es el México que ambiciona y diseña esta revolución cultural silenciosa? El paradigma de la juventud que brota al fin del circuito de la difusión masiva y el teen business desatado de los años ochenta, puede ser un indicador. Comerciales, programas, shows juveniles, concursos y auditorios en el estudio, sueñan una juventud bilingüe, internacional, secularizada, laica, precozmente sexual y precozmente consumidora, escolarizada, desenfadada y triunfadora; no rebelde, sino distinta; no transgresora, sino alegremente actual; rubia o castaña, proteinizada, plenamente lograda en su transfiguración genética, como si se tratara de la segunda generación de norteamericanos nacidos en México.

(continuará)

4. David I Halberstam, The Powers that Be, Nueva York, Dell Publishing, 1979, p. 15.

5. Entrevista HAC/CM, marzo, 1986. Añade convincentemente Monsiváis que los espacios que la televisión privada no toca ni transforma tienen que ver con zonas básicas de experiencia vital: la lucha por la democratización y la movilización política, la resistencia económica al empobrecimiento y la carestía, la formación de la conciencia nacional en tanto identidad elemental de la mexicanidad (que sigue siendo el coto reservado de la escuela primaria), los estratos profundos de la religiosidad. No le interesan a ese enorme instrumento de la aldea global los extremos vitales, sino la masa promedio, y ahí es donde ha hecho su efecto duradero.

Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, Penguin Random House, 2025

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Publicado en: Mientras pasa la historia

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