El canto del futuro. Un nuevo adiós a la Revolución Mexicana. Es el cuarto capítulo del libro Subversiones silenciosas publicado por Editorial Aguilar en 1993.

El desafío electoral
¿Y si así va el patrón, cómo irá su Partido? Desde antes de la crisis de los ochentas, aunque bien ayudado por ella, el PRI vivía una larga transición de astro menguante. Se han mencionado ya algunas de sus erosiones corporativas. El ángulo de sus peripecias electorales de alguna manera mide ese desaliño histórico. Según las propias cifras oficiales, entre 1964 y 1985, apenas veintiún años, el PRI perdió el 21.5 por ciento de la votación total, pasando del apabullante 86.3 por ciento de 1964 al resignado 64.8 de 1985. No fue una caída errática, de subidas y bajadas, sino un proceso gradual de descenso. Con la única excepción de las elecciones de 1976, en que no hubo candidato presidencial de la oposición, esa pérdida del 21.5 por ciento fue el fruto de una tendencia declinante que perdió tres puntos porcentuales en 1973 y cinco puntos porcentuales más en 1985. (18)
Medida en términos de derrotas electorales, la tendencia es también clara. La oposición tuvo 4 triunfos en 79, uno en 82 —año de la excepción— y 11 en 1985. Medido más finamente, por el número de distritos en que el PRI no ganó por mayoría absoluta (la mitad más uno de la votación total), el asunto es también revelador: de 68 distritos en que el PRI no obtuvo mayoría absoluta en las elecciones de 1979, pasó a 87 distritos en 1985. A ello hay que sumar, aceptando el vigor de la tendencia, que también aumentó considerablemente el número de distritos en que el PRI no ganó por más del 20 por ciento de los votos: 13 distritos en 1979, 43 distritos en 1985. La cifra es interesante porque un cambio de sólo el 10 por ciento de los votantes en esos distritos, empataría la contienda. La conclusión entonces es que, sumadas las derrotas y las victorias por bajo margen, siempre con cifras oficiales, a mediados de los ochentas, la hegemonía electoral del PRI estaba en entredicho en 54 distritos de 300.
No parecen muchos reveses ni siquiera para la pulsión de la unanimidad que habita en el fondo del partido oficial mexicano. Pero esos 54 distritos configuraban, si cabe decirlo así, una mayoría del futuro. De los trescientos distritos electorales, unos 170 se consideran rurales», unos 30 «mixtos» (urbano-rurales) y los cien restantes «urbanos». Los 54 distritos en inminente litigio y los 87 donde el PRI había dejado de obtener mayoría pertenecen, en su totalidad, a los cien distritos urbanos. Es decir: ahí donde la modernización —impulsada por la Revolución, el gobierno y su partido— ha urbanizado el país, el partido tradicional de la Revolución ha perdido peso y compite como un partido esforzadamente mayoritario.
Peor aún. Si la Ciudad de México anticipa la cultura política que terminará por imperar en el México urbano, hay que concluir que, al paso de los años, el PRI dejará de ser un partido dominante para volverse un competido partido mayoritario. En las elecciones de 1985, la votación total por el PRI en el DF fue del 42.63 por ciento, bastante abajo de la mayoría absoluta. La pugna electoral se instaló también con agudeza en estados fundamentales del norte del país; los más ricos y más urbanizados, como Nuevo León, Chihuahua, Sinaloa, Sonora, Baja California Sur, al tiempo que Jalisco y el Estado de México acusaron con claridad, en 1985, la misma tendencia a la votación no mayoritaria por el PRI: en 12 de 20 distritos de Jalisco no obtuvo el PRI mayoría (3 de 20 en 1979) y en 15 de 34 en el Estado de México (14 de 34 en 1979).
Las elecciones municipales de grandes ciudades refrendan ampliamente la tendencia a la deserción del voto priista en el México urbano. Las elecciones durante los ochentas presenciaron triunfos de la oposición, o contiendas cerradas dirimidas por fraude y manipulaciones electorales, en prácticamente todas las ciudades importantes de los estados de Sonora, Chihuahua y Baja California Norte, así como en Monterrey, Nuevo León; Mazatlán y Los Mochis, en Sinaloa; las capitales de Durango y San Luis Potosí; León en Guanajuato; Tlalnepantla y Naucalpan en el Estado de México; Puebla y Tehuacán en Puebla; Mérida en Yucatán; y Huajuapan de León en Oaxaca.
¿Cuántas ciudades más vendrán, a esta procesión del desafecto y la deserción priista? Si es cierta la tendencia, vendrán una tras otra, inexorablemente; más tarde o más temprano, dirán adiós de manera gradual al pacto político que las ha hecho posibles y convertirán al PRI en cualquiera de estas dos cosas: un partido también moderno, competitivo y abierto, o una mayoría del pasado, el partido del México de los distritos rurales donde estará cada vez menos el centro de las decisiones políticas nacionales. (19)
La erosión de la hegemonía priista no anuncia su fin. Por una parte, el PRI sigue siendo el partido de las mayorías mexicanas y sus pocos votos en el Distrito Federal también pueden verse como sus primeros triunfos certificados en elecciones verdaderamente vigiladas. Por otra parte, la debilidad partidaria de la oposición no configura todavía una alternativa nacional al dominio priista. El desafío electoral tiene un marcado carácter regional y urbano, anuncia un futuro de competencia creciente, cuyos embriones hacen ver lento y desarticulado al partido oficial.
En los últimos años, el musgo de la vejez se ha ido sedimentando en los engranajes del PRI y ya es una maleza; puede volverse, con el tiempo, una selva que trague e invisibilice a la pirámide. Pero no la ha devorado todavía. Nada cuesta imaginar una evolución del PRI hacia una dominación moderna de partido mayoritario, como el Partido del Congreso de la India, que pierde elecciones regionales en comicios abiertos, plenamente garantizados, y conserva sin embargo el control de la política nacional.
Más que a la oposición y a las derrotas, el PRI debiera temer su propio temor al cambio y algunos de sus fantasmas internos. De estos últimos, mencionaré dos. Primero, el desgaste acumulado de prácticas como el dedazo o las posiciones fijas para los distintos sectores del partido. Esas inercias, funcionales en otro tiempo, le quitan al PRI flexibilidad para reclutar el liderato natural y para satisfacer las verdaderas aspiraciones locales; lo sujetan a los intereses de la pugna burocrática más que a las expectativas de las comunidades.
Segundo, las habituales exclusiones sexenales de personal político acusan los efectos de una explosión demográfica. La familia revolucionaria tiene casi tanta gente fuera como dentro de la casa; y para los que están afuera, parece no haber otro futuro que el refrendo de la exclusión. Las tentaciones participativas de esa parte de la familia no pueden subestimarse, y en momentos políticos críticos pudieran ser el detonante de una fisura partidaria. (20)
Como la demografía y la sociedad del país, el pacto corporativo, el Presidente y el Partido, parecen haber caminado un largo trecho en este último cuarto de siglo. Luego de varias décadas de aparente inmovilidad, han entrado a terreno inestable, el vértigo lento de la historia.
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Fin de época. Su rasgo central acaso es que emerge de la crisis una nueva sociedad urbana, desigual, sin destino laboral, sacudida, dispuesta a cambiar. Su movimiento diluye tradiciones y clausura eficacias, exige reformas y participación. Hija de la modernización económica, reclama una modernización política, un nuevo pacto nacional.
A mediados de los ochentas, las condiciones de posibilidad de ese pacto podían resumirse en dos palabras: empleo y democracia. Ninguna propuesta de desarrollo podrá ser efectivamente nacional si no responde a los dieciocho millones de mexicanos que buscarán empleo en los últimos quince años del siglo xx. Y ninguna convocatoria política será verosímil sin una definitiva apertura democrática. Empleo y democracia son al fin de siglo lo que la tierra y la organización corporativa a los años treinta. Y el México urbano reclama su Lázaro Cárdenas.
Abril, 1986
18. Estas cifras incluyen los efectos numéricos de la mano alquimista que abulta padrones y votaciones en favor del partido oficial. Las votaciones federales fueron para el PRI en 1964: 86.3 por ciento; en 1967: 83.3 por ciento; en 1970: 80.1 por ciento; en 1973: 69.7 por ciento; en 1976: 80.1 por ciento; en 1979: 69.7 por ciento; en 1982: 69.3 por ciento; en 1985: 64.8 por ciento. Juan Molinar: «Saldos del sistema», ponencia presentada en el seminario Tendencias electorales recientes, La Jolla, California noviembre de 1985.
19. Conviene anotar que una de las novedades de las elecciones de 1985 fue la desaparición de la franja de estados que votaban soviéticamente a favor del PRI en más del 90 por ciento. Juan Molinar, «Saldos», op. Cit
20 En 1987, un año después de escrito este ensayo, el PRI sufrió la escisión encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, que dio lugar a una competida y debatida elección presidencial en 1988 y a la fundación del Partido de la Revolución Democrática, un año después. En la contienda del 88, el PRI obtuvo apenas algo más del 50% de los votos, dejó de ser el partido casi único de decenios anteriores y vivió, en los noventas, el agudo clima de competencia y derrotas que anunciaban las tendencias electorales de años previos.
Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, Penguin Random House, 2025