La obligación del mundo (2)

La obligación del mundo. Los cambios de fin de siglo y la transformación de México. Es el sexto capítulo del libro Subversiones silenciosas publicado por Editorial Aguilar en 1993.


Así resistió la sociedad criolla novohispana, hija de la laxitud feudal del Imperio Habsburgo, a la modernización anti corporativa de los borbones dieciochescos. Así resistieron los conservadores decimonónicos a la reforma liberal con la certidumbre de los valores hispánicos. Así la Revolución mexicana fue resistida por sus clases medias incipientes con los valores de la era liberal. Y así la sociedad posrevolucionaria de los ochenta, resistió, y aún resiste, al nuevo paradigma de modernización liberal: refugiándose en los valores de la muy difunta pero siempre reaparecida Revolución mexicana.
En el curso del siglo XX, lo que llamamos Revolución mexicana ha emprendido por lo menos tres reformas modernizadoras. La primera, se inicia en los años veinte con la construcción de una nueva institucionalidad política, que alcanza su primera versión corporativa, de amplias bases sociales, en el cardenismo. La segunda, desatada en los años cuarenta, tiene como acento la industrialización de México, bajo el paraguas propiciatorio del auge norteamericano de la posguerra. La tercera reforma, es la trazada a principio de los ochenta, luego del boom y la quiebra petrolera, en medio de la crisis definitiva del viejo modelo virtuoso, que adquiere perfiles acelerados en los años que corren.
Ninguna de esas reformas hubiera sido imaginable sin un entorno internacional propicio. La depresión mundial que sigue al crack de 1929 y la gran reforma social estadunidense que conocemos como New Deal, arropan la reforma cardenista. La próspera posguerra estadunidense facilita la vía industrializadora de fin de los cuarenta. La globalización de los mercados y el colapso de las economías planificadas estatalmente, amparan la reforma pos petrolera de México.
Una y otra vez, en el curso de esas reformas, las élites modernizadoras vivieron la paradoja de haber llegado al poder montadas justamente en aquello que debían transformar; Cárdenas en el Maximato callista; Alemán en el México agrario cardenista; De la Madrid y Salinas en el pacto corporativo del desarrollo estabilizador y en la ampliación del intervencionismo estatal de los setenta.
Luego de varias décadas de servir las fórmulas de un proyecto de crecimiento hacia adentro, el gobierno de México, como la mayor parte de las élites latinoamericanas que se plantean hoy la modernización de sus países, tienen un dilema político no tanto de proyecto, porque el nuevo paradigma se ha impuesto a grandes trancos, sino de ritmo.
Si transforman demasiado rápido, serruchan el piso sobre el que están parados. Pero si no transforman suficiente y de manera irreversible, corren el riesgo de una restauración tradicionalista. O de algo peor; una reforma a medias que no entregue los beneficios de lo nuevo, ni conserve los beneficios de lo viejo. La Venezuela de Carlos Andrés Pérez podría volverse ejemplo de lo primero. La Comunidad de Estados Independientes en que se convirtió la URSS, parece un ejemplo ilustrativo de lo segundo.
Los países que no puedan resolver democráticamente los problemas del tempo de su reforma hacia adelante —las están pagando ya—- en el bienestar de sus pueblos. Y la emprenderán, tarde o temprano, bajo las reglas y los costos de una conducción autoritaria.
Por lo que hace a México, indudablemente las condiciones de partido dominante, presidencialismo fuerte y control político corporativo, en que se emprendió la reforma, explican en buena medida su implantación sin otro costo político visible que un tercio de los votos en la elección presidencial de 1988, y el litigio político subsecuente, que dura hasta hoy. Un costo a todas luces bajo, si se piensa en el tamaño de las consecuencias sociales del ajuste y en la intensidad del desafío que plantea la reforma a los valores creados durante más de cinco décadas en el imaginario político del país.
Efectivamente, el nuevo paradigma de modernización internacional desafía los consensos nacionales previos en prácticamente todos los órdenes de la vida mexicana, de la lógica económica a la concepción del Estado, de las necesidades educativas a las costumbres del mando y las correas de la competencia política.
Quisiera revisar con ustedes los rasgos estructurales, de mediano y largo plazo, del cambio a que el nuevo paradigma nos enfrenta y, en segundo lugar, hacer algunas reflexiones sobre las condiciones de corto plazo en que parece desenvolverse la democracia mexicana realmente existente.
Desde el punto de vista estructural, o de largo plazo, es imposible pensar la plena realización del nuevo paradigma adoptado sin dos componentes que le son esenciales. El primero, que es su alimento mismo, la condición final de su éxito, es educación. El segundo, la consecuencia política lógica de una sociedad próspera, educada, comunicada sin trabas con el mundo, es la democracia.

(continuará)

Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, Penguin Random House, 2025

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Publicado en: Mientras pasa la historia

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