El canto del futuro. Un nuevo adiós a la Revolución Mexicana. Es el cuarto capítulo del libro Subversiones silenciosas publicado por Editorial Aguilar en 1993.
Hay en el cierre de milenio mexicano la euforia y la pesadumbre de un fin de época, un aire de muerte y renovación. En el lado del México que muere está el desvanecimiento de viejas realidades, como el crecimiento económico sostenido, el modelo de desarrollo protegido de la competencia externa y el pacto corporativo como eje de la negociación de clases y élites. Menos obvios, pero igualmente tocados por la historia, parecen otros antiguos axiomas de la vida mexicana: el presidencialismo omnímodo con su sistema de partido dominante, el nacionalismo como emanación de la cultura estatal posrevolucionaria, la Ciudad de México como ombligo del país.
En el lado del México que nace están los frutos de la septuagenaria paz mexicana, los hijos sociales de la modernización: clases medias y ciudadanías emergentes, una nueva sociedad de masas urbana y los aparatos de comunicación que la uniforman con el mismo vaho de expectativas y consumos; una insurrección electoral, una beligerante opinión pública. Y las llamadas del futuro: la aparición de un nuevo centro histórico nacional en el Norte de México y la inserción del país en el mercado mundial mediante la integración con Estados Unidos.
¿Cómo agrupar las peras de este olmo frondoso que muere y renace, lenta e inexorablemente, ante nuestros ojos? Entre muchas posibles, quisiera revisar aquí con alguna amplitud dos tendencias básicas del fin de milenio. En primer lugar, el tránsito definitivo del país rural al país urbano y la consolidación de una nueva mayoría social. En segundo lugar, la transición política que vive el país, en dos vertientes: el paso del pacto corporativo a una creciente realidad ciudadana y la transformación paulatina del presidencialismo omnímodo, con partido dominante, en una especie de presidencialismo normativo con partido mayoritario.
La aldea global
En 1960, por primera vez en la historia del país, la población considerada urbana fue mayor que la rural por 487 mil cien mexicanos. (1) La población total del país era entonces de 35 millones, de los que el 50.7 por ciento vivía ya incorporado a un sistema de ciudades cuyos lunares mayores eran la Ciudad de México, con algo más de 5 millones, Guadalajara con 850 mil y Monterrey con 700 mil habitantes.
Veinte años después, en 1980, los 35 millones casi se habían duplicado, eran 67, pero la población urbana había crecido una vez y media, pasando de 18 a 44 millones y del 50.7 por ciento al 66.3 del total del país. Las ciudades mayores reflejaban ya en su densidad demográfica el enorme salto humano y social de esas dos décadas. La Ciudad de México tenía ahora 15 millones de habitantes, 8 más que veinte años antes: Guadalajara había convocado a 2 millones 200 mil y Monterrey a casi 2 millones, un millón 300 mil habitantes más, cada una, que veinte años atrás.
El campo mexicano se volvió en esos años el territorio de la expulsión. Vastas corrientes migratorias hacia los cinturones de miseria de las grandes ciudades y hacia el Norte, en busca de la frontera, dieron expresión dramática y multitudinaria a la destrucción de un mundo. El México rural, ya poblado en los cincuenta por los personajes fantasmales de Juan Rulfo, fue arrasado por la industrialización y arrancado de su lento tiempo campesino por las velocidades capitalistas del agribussiness, los distritos de riego y los cultivos de exportación —el american way of farm, sembrado en México durante los últimos años del porfiriato y refrendado en los primeros de la Revolución por los caudillos norteños que fueron, entre otras cosas, grandes modernizadores agrícolas. La gente con trabajo en el sector agropecuario, 57 de cada cien mexicanos en 1950, eran sólo 26 de cada cien en 1980.
Desplazado del centro del interés nacional por la fiebre industrializadora de los años cincuenta, el campo tradicional, productor de la dieta básica de la población, mostró a mediados de los sesenta, justamente después de la inversión demográfica, sus primeras deficiencias estructurales. De ser un campo generador neto de ingresos por la exportación, se volvió un campo deficitario, importador, que a mediados de los años setenta configuró un problema de seguridad nacional: la dependencia alimentaria.
Sujeto a los rigores de la modernización industrializadora, el México rural fue sistemáticamente desarticulado, al extremo de que una vigorosa discusión académica acuñó, a principios de los setenta la palabra descampesinización, para describir el proceso de contracción y cambio de las antiguas comunidades rurales.
(Continuará)
1. Población urbana: la ubicada en comunidades de más de 2 mil 500 habitantes. Este criterio censal considera espacio urbano muchas poblaciones que son en realidad campo pavimentado. Pero la tendencia a la urbanización es contundente si se examinan también las ciudades mayores dc 100 mil habitantes, que crecieron entre 1970 y 1980. Esas ciudades concentraban el 23.3 por ciento de la población urbana en 1970 pero el 40.9 en 1980. Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática e Instituto Nacional de Antropología e Historia: Estadísticas históricas de México, México, 1985, vol. I, pp. 1-74.
Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, Penguin Random House, 2025