Conversaciones con el arcano (3)

Lezama tomó la botella de manos de Gamiochipi y le dio también un trago.
—Pues ya ven, cabrones —dijo—. Todos tenemos nuestro ovni adentro. ¿Quién sigue?
Nadie seguía.
—Tú, Morales. Cuéntanos de tu ovni.
—No tengo ovni.
—Claro que tienes, cabrón. Cuéntanos de tu entrada a la masonería.
—Lo tengo prohibido —dijo Morales.
—¿Luego eres masón? —saltó Alatriste.
—Aprendiz —dijo Morales.
—¿Y tú, Colillas? —siguió Lezama, hablándole a Colignon.
—¿Yo qué?
—Cuéntanos algo.
—Algo de qué.
—Cuéntanos de la Virgen de Zapopan.
—No mames, Lezama. Cómo voy a contar eso.
—Empiezas por el principio y sigues hasta el final.
—No mames.
—Bueno, no cuentes. Nomás contesta lo que te pregunto. ¿Va?
—No mames, Lezama —dijo Colignon.
—Contesta, cabrón, qué tiene. ¿Vas o no vas cada año a la peregrinación de la Virgen de Zapopan?
—Sí, voy.
—¿Te disfrazas o no de gente del pueblo para ir?
—Sí, cabrón. Pero no mames.
—¿Vas con tu tío el mujeriego?
—Sí.
—¿Y llevan sus dobles cirios?
—Sí.
—¿Y le ponen ex votos a la Virgen?
—Claro.
—¿Y qué le piden?
—Eso no, cabrón.
—Le piden tener suerte con las mujeres, ¿no?
—No exactamente.
—¿Sí o no?
—Sí, pero no así, cabrón.
—¿Entonces cómo?
—Mi tío y yo pedimos perdón y pedimos merced.
—¿Perdón por qué?
—Por las mujeres, cabrón.
—Por cuáles mujeres.
—Las que nos caen.
—¿Las que se cogen?
—Las que cortejamos y servimos, cabrón.
—¿Y a las que les sacan una lana?
—Mi tío, sí. Yo todavía no. Pero de la lana que mi tío saca, le deja algo a la virgen. Nunca se olvida de ella.
—No mames, Colillas, ¿sobornan a la virgen? —se rio Changoleón.
—No es soborno, cabrón. Es culto, es fe. Nosotros creemos en la Virgen y ella nos protege.
—¿Tú crees que la Virgen te ayuda a conseguirte viejas? —preguntó Lezama.
—No exactamente.
—¿Pero a quién le va a dar las gracias tu tío por las mujeres que se liga?
—A la Virgen de Zapopan.
—Padrotes marianos —legisló El Cachorro.
Colignon se puso rojo de rabia. El Cachorro reculó:
—No he dicho nada, hermano.
—Yo voy desde muy chico al santuario —dijo Colignon, picado en su amor propio—. Desde chico me llevaba mi tío. Y a mí me gustó mucho desde la primera vez la fe de la gente. La pobreza y la fe de la gente. El sufrimiento y la fe de la gente. Los cánticos. Las flores. Los incensarios. Vienen de los pueblos más lejanos, duermen en la orilla de la carretera, algunos cambian de vida en esas fiestas. Y todos chupan y cogen lo que pueden bajo sus cobijas, y la Virgen los mira con amor, cabrones, y ellos a la Virgen. Ella entiende sus pecados y ellos entienden su bondad. La Virgen es mi ilusión de niño, cabrón. Es lo más puro, lo más inocente que hay en mí. Todo lo demás está lleno de mamadas, pero eso no.
—¿Y tú crees de veras que la Virgen existió? —preguntó Alatriste, que era un materialista histórico.
—Claro, cabrón: existió y existe.
—¿Crees que tuvo un hijo y sigue virgen?
—Sí, cabrón. Por eso es La Virgen.
—¿Y te ha hecho algún milagro de verdad?
—Pues yo tengo mucha suerte, cabrón. Explíquenme de dónde la saco. No le llamo milagros. Pero mi tío me dice: la suerte que tienes con las viejas, viene de La Virgen de Zapopan.
—¿Están oyendo, cabrones, el tamaño del ovni de Colignon? —dijo Lezama.
—Yo le rezo todas las noches —siguió Colignon, ya sin cuidarse de Lezama—. Le hablo como si fuera mi mamá, porque a mi mamá la perdí muy niño y viví entre hombres siempre. Puro macho comecuras de Jalisco. Mi abuelo mató cristeros, cabrón. Mi padre blasfema a tiro por viaje. Mi tío no cree en nada, pero la Virgen le ganó el alma. Es una Virgen chingona. No lo digo yo, lo dice todo Jalisco. Era más popular que la Virgen de Guadalupe, más milagrosa y más cumplidora. También más verdadera, más humana, porque está encinta. O sea, es mujer y es virgen de verdad. Yo fui a ver una vez cómo la vestían, me llevó mi tío, y quedé enamorado. Es una virgencita así, chiquita, preciosa, pero entre más chiquita más impresionante, de pronto si te la quedas viendo, crees que va a empezar a respirar, o a moverse, porque no está escondida atrás del vidrio como la Guadalupana, ni es una pintura, está en su sitio, tiene cuerpo, cambia de ropa, la pueden tocar, vestir, desvestir, y la puedes ver al natural. Yo la vi sólo con una túnica el día que la vistieron, no le digo camisón porque suena muy corriente, pero la vi en su túnica, vi su pancita de embarazada. La fueron vistiendo como a una mujer de a de veras, le pusieron lo que iba arriba de la túnica, unas camisitas blancas, amarraditas por delante, amarraditas por atrás, y luego una casulla verde, bien puesta, bien estiradita, con sus pliegues bien puestos, como si se los estuvieran poniendo a una modelo, una cosa delicada, cabrones, una cosa femenina, real. Porque la Virgen tiene guardarropa, como las mujeres. Tiene casullas azules y oro, amarillo y oro, grana y oro, siena y oro, por vestuarios no para, es una reina, la mejor virgen de México. Debería ser nuestra patrona, pero acá los de la capital le metieron mucho dinero y mucho sermón y mucho libro y mucha política a la Guadalupana y la Guadalupana se acabó quedando con el cetro. Pero es pura apariencia. La virgen de Zapopan es de a de veras. Parece que mira, cabrón, que respira. A mi tío le habló una vez.
—No mames, Colillas —se río Changoleón.
—¡Le habló, cabrón! Estaba muy borracho mi tío o más bien muy crudo, de una papalina de días, porque lo acababa de dejar el amor de su vida, la única vieja de la que estuvo alguna vez enamorado. Y estaba loco. Chupa y chupa y chille y chille. Chupa y chupa y chille y chille. Y un día se fue a la iglesia y no había nadie y se hincó bajo la efigie, que es muy chiquita pero muy mandona, y empezó a quejársele, y a pedirle la merced de que se le olvidara la vieja que lo había dejado, que se la quitara de la mente, y otra vez, y otra vez, hasta que sintió que temblaba, y alzó la vista y vio que a la virgen se le movía la casullita, como si ella se hubiera movido, pero no, y luego vio la carita, lo que alcanzaba a verle de la carita, porque estaba en alto, y entonces vio los labios y esos sí se estaban moviendo, y oyó que la virgen le decía, muy quedito, pero muy claro, desde allá arriba: “Búscate otra, m’hijo”. Y ahí empezó mi tío su carrera con las mujeres, y luego, ya que pensó que estaba listo, me adoptó.
Changoleón y Lezama empezaron a reírse desde que oyeron el consejo de la virgen. Cuando Colignon terminó su parlamento estaban riéndose a carcajadas también El Cachorro, Morales y Alatriste. Colignon estaba colorado de la emoción, feliz de las risas que recibía de sus amigos, como si valieran por una aceptación y no por una burla de su secreto mariano.
—Hay otra cosa con esa Virgen —siguió Colignon, ya en confianza, luego de tomar un sorbo de la cuba que llevaba a medias—. Tiene las devotas más guapas del país, cabrón. Tú te sientas un rato en la iglesia de la Virgen de Zapopan y empiezas a ver pasar con su mantilla, de puntitas, malabareando misales y rosarios, a los mejores cueros de la república. El viejerío de la Virgen de Zapopan no tiene madre. Es el viejerío de Jalisco y de Guadalajara, todas zapopanas de armas tomar, porque eso sí, como decía mi tío, en Jalisco una cosa es el culto a La Virgen y otra el culto a la virginidad.

(continuará)

Fantasmas en el balcón. Literatura Random House 2021

Héctor Aguilar Camín.

Escritor, historiador, director de la revista Nexos.

Su último libro: La dictadura germinal. Crónica de la destrucción de la democracia mexicana.

Editorial DEBATE, 2025.

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Publicado en: Mientras pasa la historia

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