
Capítulo 3 del ensayo: “La invención de México”, del libro Subversiones Silenciosas, publicado en 1993 por la Editorial Aguilar.
3.- LA NACION CONSERVADORA
Los contendientes, recuerda O’Gorman, asumieron la identidad definitiva de sus proyectos precisamente ante la mutilación del 48. A partir de entonces, con toda claridad, uno de los bandos sería centralista, monárquico, católico, conservador de cepa hispánica; el otro sería federalista, republicano, laico, liberal de inspiración anglosajona.
A la guerra perdida de 1848 con Estados Unidos, siguieron el último intento de gobierno conservador, con Santa Anna al frente, que desembocó en la intentona imperial autóctona de su Alteza Serenísima (1850-1854); la Revolución de Ayutla de 1854, que encumbró a los liberales; la ley Lerdo de 1856 y la Constitución liberal de 1857, que desataron la guerra civil (1857-1861); y el intento monárquico final, con la intervención francesa (1862) y el apoyo conservador mexicano, que instaló en el Castillo de Chapultepec a Maximiliano de Habsburgo (1864). Las corrientes nativas del liberalismo mexicano se fundieron en la causa común de la «conquista de la nacionalidad» (O’Gorman), para luchar contra esa invasión extranjera que resultó del todo propicia a sus convicciones y a sus alianzas externas.
La invasión estadunidense no había sido propicia, en absoluto, a la causa liberal. Primero, por la imposibilidad militar de triunfar contra ella, envuelto como estaba el país en la discordia civil y la indiferencia nacional. Segundo, porque, para el liberalismo mexicano, la guerra norteamericana fue con el aliado querido, elogiado hasta la veneración, postulado sin medida como ejemplo a seguir. En 1848, para los liberales, el modelo de nación propuesto se volvió de pronto el ejército invasor.
La veneración por las instituciones políticas estadunidenses había sido una pasión temprana del México independiente. Junto a la tradición regionalista española, cifrada en las Cortes de Cádiz, la constitución mexicana de 1824 asumió íntegramente la forma federalista estadunidense. En los periódicos de la época, George Washington y Thomas Jefferson competían en prestigio con Bolívar o Hidalgo. Hasta la guerra de 1848, la admiración por Estados Unidos, por su organización social, por su prosperidad económica y por su forma de gobierno, fue dogma de fe entre los liberales mexicanos y brújula inspiradora de los políticos y escritores de alguna ilustración. El liberalismo fue el suelo común, la convicción compartida, de las élites mexicanas. Sólo la adversidad y el fracaso, la pugna política y la búsqueda desesperada de una solución a la anarquía, habrían de separar más adelante —en particular después de la independencia de Texas y, definitivamente, después de la guerra del 48—, a los bandos irreconciliables de conservadores monarquistas y liberales republicanos que registra, en blanco y negro, nuestra historia patria. (6)
Ni siquiera la evidencia dramática de la guerra y la ocupación del país por los ejércitos norteamericanos, corrigieron el enfoque del apasionado evangelio liberal respecto a Estados Unidos. En 1848, Manuel Crescencio Rejón denunció la injusticia de la guerra y repudió el tratado Guadalupe Hidalgo, que estableció las nuevas fronteras de México, diciendo que su aprobación significaría «la muerte de la república». Pero, al mismo tiempo, hizo el elogio de las virtudes industriosas y ciudadanas estadunidenses, en contraste con los oscuros hábitos coloniales de México, que explicaban su debilidad y su derrota. En el «pensamiento liberal revitalizado» que apareció luego de 1848, recuerda Charles Hale, «la estimación de la sociedad norteamericana siguió careciendo de sentido crítico. De hecho, las virtudes de los Estados Unidos se reconocieron entonces con mayor agudeza. La guerra había demostrado el poderío de una sociedad democrática».
LA VENERACION POR LAS INSTITUCIONES POLITICAS ESTADUNIDENSES HABIA SIDO UNA PASION DEL MEXICO INDEPENDIENTE. JUNTO A LA TRADICION REGIONALISTA ESPAÑOLA, LA CONSTITUCION MEXICANA DE 1824 ASUMIO LA FORMA FEDERALISTA ESTADUNIDENSE.
Un periódico liberal como El Siglo llegó a plantearse, sin mucha alarma, el hecho de que existiera en Estados Unidos un movimiento en favor de la anexión de todo México, idea, señalaba el diario, que no carecía de partidarios en nuestro país. En caso de que así fuera, México florecería, aunque, claro, «el espíritu emprendedor de los hijos del norte. especulando con nuestra desidia, haría que fuésemos jornaleros de su industria, instrumento de su propiedad». (7)
Quienes ofrecieron el argumento nacionalista del siglo XIX frente a la aparición geopolítica de Estados Unidos, no fueron los liberales, sino los conservadores. En particular, Lucas Alamán. Ya en 1830, Alamán subrayaba la diferencia en el desarrollo de los dos países y lo antinatural que resultaba la adopción, para México, del sistema federalista que tan naturalmente se había seguido de la condición original de la sociedad norteamericana. Ante el fracaso de la colonización mexicana de Texas, Alamán anticipó, al igual que Mora, la anexión del inmenso territorio a los Estados Unidos.
El escarmiento de Texas y la evidencia expansionista de Estados Unidos, fueron los argumentos subyacentes en la propuesta conservadora de establecer una monarquía constitucional en México, hecha por José María Gutiérrez Estrada, en 1840. Sin esa solución, advirtió Gutiérrez Estrada, profética, aunque optimistamente, «no pasarán 20 años sin que veamos tremolar la bandera de las estrellas norteamericanas en nuestro Palacio Nacional». (8) Doce años antes de su previsión, precisamente el 15 de septiembre de 1848, la bandera estadunidense «tremoló» en la asta de Palacio Nacional. El pensamiento conservador cerró filas entonces y ocupó por los siguientes años el enorme vacío liberal en torno al tema ineludible de la conservación de la nación.
Concluye Hale:
Con la aparición de El Tiempo, El Universal, los escritos históricos de Alemán y los panfletos de posguerra de Gutiérrez Estrada (…), el dogma capital del (…) conservadurismo (…) fue el de una profunda hostilidad contra los Estados Unidos. Entendían que México tenía tradiciones hispánicas superiores y valores culturales que debían defenderse. La guerra (del 48), anunció Alamán, era la más injusta de la historia. Irónicamente, era el producto de «ambiciones, no de un monarca absoluto, sino de una república que pretende estar al frente de la civilización del siglo XX». Fue éste un punto que los liberales nunca reconocieron, al menos no abiertamente, y que constituía el meollo de su confusión (…). Con excepción de Mora, la reacción nacionalista contra la guerra no provino de los liberales, sino de los conservadores (…) Aunque la política conservadora cayó en un punto muerto al solicitar «traidoramente» la venida de un monarca extranjero, la resistencia opuesta por Alamán a la cultura norteamericana ejerció una influencia perdurable». (9)
Quisieron el azar y, desde luego, la geopolítica, que los liberales, no los conservadores, ganaran la guerra civil entre ambos bandos en 1861 y «conquistaran la nacionalidad», como quiere Edmundo O’Gorman, triunfando con los ejércitos de la república contra el monarca extranjero, en 1867. El apoyo de la diplomacia de Washington en ese triunfo fue central, dado el afán común de mexicanos y estadunidenses de impedir la nueva radicación de una potencia europea en la América del Norte. (10) En aquella empresa común, la causa liberal mexicana encontró un alivio, una compensación parcial al agravio del 48, y los Estados Unidos despejaron la amenaza de una implantación europea en su frontera sur.
(continuará)
La invención de México mezcla una conferencia sobre la identidad nacional, pronunciada en la ciudad de Zacatecas, en el verano de 1979, y la ponencia “North American integration and the Mexican National Idenetity”, leída en el ciclo Crossing National Frontiers: Invasion or involvement?, celebrado en la Universidad de Columbia, Nueva York, en diciembre de 1991.
6. «Los Estados Unidos fueron no sólo el símbolo contemporáneo del progreso para los liberales mexicanos, sino que sus instituciones, sus políticas sociales y económicas, y aun sus valores culturales, fueron abiertamente adoptados por el pensamiento reformista mexicano (…). Los liberales mexicanos de la generación anterior a la Reforma enfocaron sin espíritu crítico el estudio de la sociedad norteamericana. Tan frecuentes y laudatorios fueron la gran mayoría de los comentarios que para el lector moderno (…) cobran casi un carácter de irrealidad (…). Para los liberales mexicanos, los Estados Unidos eran el soñado mundo utilitarista (…). Tadeo Ortiz, uno de los más entusiastas, calificó a los Estados Unidos de país clásico de la libertad, del orden y asilo de todas las virtudes sociales. Los mexicanos, al igual que Tocqueville, vieron ahí el reino del interés propio ilustrado. Los norteamericanos parecían capaces de combinar el interés personal con el de sus conciudadanos. La democracia norteamericana, arraigada en el propietario privado libre, proporcionaba el modelo, no sólo de la libertad y de la igualdad, sino también de la estabilidad política. Era un modelo a la vez simple y estático. Los mexicanos no parecieron advertir los cambios efectuados en la sociedad norteamericana entre 1789 y 1830, ni las controversias públicas de la época de Jackson». Charles Hale: El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853. México, Siglo XXI Editores, 1977, 7a. edición, pp. 193-204.
7. Ibid, p. 214.
8. Gutiérrez Estrada: Carta dirigida al Excmo. Sr. Presidente de la República sobre la necesidad de buscar en una convención el posible remedio de los males que aquejan a la República Citado en Hale, El liberalismo mexicano… p. 218
9. Hale, El liberalismo mexicano… pp. 218-19
Héctor Aguilar Camín
Escritor, historiador, director de la revista Nexos.
Su último libro: La dictadura germinal.
Crónica de la destrucción de la democracia mexicana
Editorial DEBATE, 2025